jueves, 4 de febrero de 2010

Los Chicos Crecen

El pibe pinta bien y en el club lo tienen como uno de los proyectos a cuidar. La rompe en su categoría, en la que juega con la tranquilidad de un veterano, y eso lo convierte en candidato para pegar el salto a la categoría superior, pero…
Cuando le toca jugar con los más grandes no es el mismo. Juega sin soltura, como atado, y no luce. Ni por asomo, parece el “veterano” que juega entre los de su edad. Por el contrario, está acelerado, al punto de cometer errores infantiles que lo vuelven irreconocible ante los ojos de aquellos que lo admiran cuando juega entre sus pares.
Inmediatamente, la tribuna empieza a sentenciar que “el pibe está verde”, los dirigentes caen en un cono de desilusión porque ya se frotaban las manos ante el futuro crack y hasta el cuerpo técnico termina envuelto en el manto de dudas que se cierne sobre aquel que tuvo la osadía de mostrar que tenía condiciones para ser un gran jugador.
¿Tan grande es el precio de la inexperiencia? A veces si. ¿Qué pasa, el pibe se olvido de jugar? No, jamás. Nadie se olvida de jugar, por lo que aquel que hace bien las cosas en su categoría, no tendría por qué no hacerlo de la misma manera entre los mayores. La diferencia, más allá de lo que lógicamente trae consigo enfrentar a rivales más pesados, fuertes o mañosos, según el caso, está en la actitud con que “el pibe” encare la aventura de jugar con los más grandes. Ahí, ni más ni menos, está la diferencia.
Actitud. Que no es lo mismo que Aptitud, ni mucho menos, temperamento.
Al pibe le pueden sobrar condiciones y talento. También puede tener mucha personalidad. Pero para el salto de categoría es vital tener la actitud correcta.
¿Cuál es la “actitud correcta”? Ni más ni menos que la misma con la que sale a la cancha en su categoría: seguro, decidido, suelto… El tema es que esa seguridad, decisión y soltura, en la mayoría de los casos, parecen perderse como por arte de magia en “el salto”.
Obviamente, todos los “pibes” deben atravesar el lógico período de aclimatación a la categoría superior, y pagar el derecho de piso correspondiente por jugar con rivales de mayor envergadura o experiencia. A algunos le cuesta más, a otros menos, pero el problema más grande se da cuando, además de ese “temido período de aclimatación”, “el pibe” se apichona, y el temor o exceso de responsabilidad lo llevan a conductas extremas como cohibirse o acelerarse en demasía, atentando contra sus propias posibilidades de mostrar en la cancha lo que realmente sabe hacer.
A veces, el mandato inconsciente que lo lleva a sentir temor o exceso de responsabilidad viene de su entorno, otras de la mano de su propio Entrenador, que no siempre tiene a mano la palabra justa para motivarlo o ponerlo en su foco o eje natural. Y entonces, “el pibe” no sale como siempre y termina rindiendo muy por debajo de lo que puede hacer.
No voy a caer en el facilismo de decir que “la presencia de un psicólogo en el plantel serviría para ayudar a los pibes a superar rápidamente estos trances”. Es algo obvio, ¿no? Pero no siempre hace falta un psicólogo para darle la palabra justa al “pibe” que tiene que pegar el gran salto.
A veces, que el DT le muestre su confianza con hechos concretos alcanza para que “el pibe”, sintiéndose bancado, empiece a soltarse. En definitiva, el mensaje que debería recibir el jugador es que, una vez superado el período de aclimatación a jugar entre los grandes, en la cancha, según el deporte, siguen siendo 5 contra 5, 6 contra 6 u 11 contra 11. Sigue habiendo una sola pelota y las mismas reglas que en su categoría. Y no hay muchos misterios más por develar.
Crecer no siempre es todo lo fácil que uno quisiera, y más de una vez una gran promesa termina quedándose en el camino culpa de este tipo de “piquetes emocionales” que a veces terminan desviándolo de la ruta del éxito.
Lo que no hay que dejar de lado en estas situaciones es que siempre se está a tiempo para hacerle “recuperar la memoria” a un “pibe afectado por este tipo de trances. No hace falta magia ni esperar que llegue el “partido soñado”. Un par de charlas y algún ejercicio de visualización pueden ser la llave que abra la puerta para volver a jugar…

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